En Coll del Moro, en las afueras de Gandesa, un monolito franquista del año 1953, para conmemorar la posición desde la cual Franco en persona dirigió la ofensiva final de la batalla. Al ser la defensa del catolicismo una de las principales justificaciones de la Guerra Civil (calificada de Cruzada por el clero) y de la propia legitimidad de Franco (calificado de hombre providencial), resultaba extraordinariamente útil y de gran repercusión social la apropiación de la simbología cristiana por el régimen franquista. En una de las crestas del Puig de l’Àliga, en las proximidades de Gandesa, existe otro monumento que ha perdido la inscripción original con el paso del tiempo. Incluye un monumento (también de 1972, realizado por Joaquín Vaquero Turcios) en recuerdo de los que murieron en su defensa, compuesto por una figura de bronce que representa el cuerpo de un hombre mutilado, colocada en el centro de un paredón construido en forma de sacos terreros. El pueblo de Corbera de Ebro fue dejado tal y como había quedado tras la batalla, como recuerdo del general Franco a su victoria. La familia de su padre estaba a caballo entre pueblo y burguesía.
A partir de 1794 Goya reanudó sus retratos de la nobleza madrileña y otros destacados personajes de la sociedad de su época que ahora incluirían, como primer pintor de cámara, representaciones de la familia real, de la que ya había hecho los primeros retratos en 1789: Carlos IV de rojo, otro retrato de Carlos IV de cuerpo entero del mismo año o el de su esposa María Luisa de Parma con tontillo. La novillada, donde gran parte de la crítica ha querido ver un autorretrato de Goya en el joven torero que mira al espectador, La feria de Madrid -ilustración de un pasaje de El rastro por la mañana, otro sainete de Ramón de la Cruz-, Juego de pelota a pala y El cacharrero, donde muestra su dominio del lenguaje del cartón para tapiz: composición variada, pero no inconexa, varias líneas de fuerza y distintos centros de interés, reunión de personajes de distintos estratos sociales, calidades táctiles en el bodegón de loza valenciana del primer término, dinamismo de la carroza, difuminado del retrato de la dama del interior del carruaje y, en fin, una plena explotación de todos los recursos que este género de pinturas podía ofrecer.
En su juventud Goya había participado en corridas de toros, por lo que supo plasmar con objetividad los entresijos de la «fiesta nacional». Los cuadros a que se refiere son un conjunto de obras de pequeño formato, entre los que se encuentran ejemplos evidentes de lo «sublime terrible» como Corral de locos, El naufragio, El incendio, fuego de noche, Asalto de ladrones o Interior de prisión. El edificio, que ya había quedado parcialmente destruido durante el asedio, recibió durante la guerra el impacto de numerosos proyectiles de artillería debido a su cercanía con la línea del frente, prácticamente estabilizada desde inicios de 1937. Hacia el final de la contienda era ya tan sólo un conjunto de ruinas irrecuperables, algunas de las cuales podían aún verse a principios de los años sesenta. Su fachada es de gran sobriedad con un gran paramento de ladrillo, con portada de piedra y óculo superior, todo el conjunto coronado por un frontón recto y partido, en cuyo centro se alza la espadaña, camiseta retro betis de un solo cuerpo y con dos huecos para campanas.
En la cota 427 de Quatre Camins se erige una cruz de piedra en memoria del Tercio de Requetés de Nuestra Señora de Montserrat, unidad carlista del bando nacional formada por voluntarios catalanes que sufrió numerosas bajas en este escenario. Tenía como objetivo desviar la atención del bando nacional del norte (que ya había tomado Santander) y ocupar la ciudad de Zaragoza, ya que se había extendido entre los altos mandos militares de la República la opinión de que era más importante tener ciudades en posesión que grandes territorios despoblados. La batalla se saldó con una derrota del bando nacional logrando el bando republicano tomar Belchite pero sin haber conseguido tomar Zaragoza. Se conocen como matanzas de Paracuellos los episodios organizados de asesinato masivo e indiscriminado de varios miles de prisioneros, considerados opuestos al bando republicano, ocurridos durante la batalla de Madrid de la Guerra Civil Española, en los parajes del arroyo de San José, en el municipio de Paracuellos de Jarama, y de Soto de Aldovea, en el término de Torrejón de Ardoz, próximos a la capital española. La entrada de las fuerzas asaltantes se tradujo en el asesinato de la mayor parte de la oficialidad (noventa de unos ciento cuarenta) y de los falangistas.